BELLEZA E INMENSIDAD – LAS CUATRO ESTACIONES EN EL HIMALAYA

Todo el arte no es más que la imitación de la naturaleza (Séneca)

(Para ambientar la lectura de este post, os dejo el enlace de una versión reducida de las cuatro estaciones de Vivaldi https://www.youtube.com/watch?v=NnygRClLHU4) 

A menudo, cuando hablamos de la belleza o de las dimensiones de un lugar que hemos visitado, decimos que son indescriptibles. En realidad, queremos decir que nos han impresionado tanto que nos cuesta encontrar las palabras para describirlas. Cuando en julio del año pasado llegué al Khumbu, el hecho de que era la época del monzón y el paisaje quedaba parcialmente oculto por las nubes, me hizo dar cuenta como era de diferente comparado con las otras veces que había ido.

Algo parecido me pasó al llegar a Namche tras un par de días de caminar, casi en solitario, por el camino que sube desde el pequeño aeropuerto de Lukla. Me encontré de repente con un pueblo tranquilo, donde, durante las temporadas turísticas hay un pueblo bullicioso, lleno de gente subiendo y bajando.

Los sentimientos que estos dos hechos me provocaron me impulsaron a buscar las palabras para describir los cambios que las diferentes épocas del año producen en el paisaje, y en el ambiente y la vida de Namche. Y así fue como, ya desde el principio, empecé a escribir sobre las cuatro estaciones y, a pesar haberme perdido la primavera debido al regreso forzado antes de tiempo, he querido terminar lo que empecé. Este es el resultado.

Verano

29 de julio. Lukla. Las 8 y media de la mañana. Después de un vuelo de media hora entre nubes matutinas, cruzo el pueblo con las calles mojadas y completamente vacías. Tomo el camino que en un par de días me llevará hasta Namche. Voy solo. Camino sin prisas. Ideal para observar y pensar.        

Está nublado, no se ve ninguna montaña. Cada vez que levanto la vista del camino y veo lo que me rodea, los ojos se me llenan de un verde intenso. Un verde que me acompañará durante todo el verano donde quiera que vaya, hasta donde llega la vegetación. Hay cascadas de agua por todas partes. Los ríos bajan muy llenos de aguas rápidas y ruidosas. Todo ello, para mí, que sólo había estado allí en otoño, es sorprendente.     

Durante las mañanas no llueve. Por la tarde sí lo hace, y mucho. Ello me permite llegar a Namche sin abrir el paraguas, disfrutando incluso de ratos de sol. Por lo que fui viendo durante el resto del verano, las lluvias intensas de la segunda mitad del monzón se desplazaron un mes y medio, y terminaron bien entrado el otoño. Un efecto más del cambio climático.

Una vez instalado en Namche, los paseos por el pueblo me descubrieron un Namche diferente a lo que yo conocía. Muy pocos turistas, sólo una tienda abierta (por suerte estaba el mercado semanal), la mayoría de hoteles, lodges y cafeterías también cerradas. Calles tranquilas, con la gente del pueblo sentada, charlando y observando los pocos extranjeros que nos movíamos por las calles. La sensación de paz y tranquilidad, no por esperada, me sorprendió. Era como vivir en un pueblo que estuviera fuera del circuito turístico.     

En la parte más elevada de Namche hay un mirador excepcional, el View Point. Lo convertí en mi punto de observación de los cambios del paisaje durante todo el tiempo que viví allí. Un mirador con una vista espectacular, no sólo del Everest, sino de todas las montañas que rodean los valles del Khumbu. Dos o tres veces por semana subía para documentar los cambios de paisaje.

Muchos días durante los meses de verano, las cumbres estaban escondidas sobre las nubes y entonces era cuando, aunque no luciera el sol, destacaba el verde intenso de bosques y prados. Un verde que, en los días soleados, quedaba eclipsado por las espectaculares vistas de las montañas nevadas. 

Allí, el verano es la época de ir a recolectar setas. ¡Todo el mundo sale a buscarlas y, por cierto, son buenísimas! Sobre todo, recién cogidas. Las secan en grandes cantidades y así tienen por todo el invierno, que es cuando es más escasa la poca verdura que habitualmente hay.

Otoño

El desplazamiento de las lluvias afectó mucho el inicio del otoño y de la temporada turística por excelencia. Todos los pueblos y especialmente Namche sufrieron las consecuencias de las lluvias tardías. Los aviones y helicópteros no podían volar entre Katmandú y Lukla y por lo tanto los turistas no llegaban y las reservas se iban anulando o cambiando de fechas. Hasta final de la primera quincena de octubre la situación no se normalizó y entonces sí, Namche quedó invadido por cientos de turistas que llenaban las calles, tiendas y alojamientos. La tranquilidad se había terminado. Es el momento del negocio y el pueblo parece que se transforme.     

Terminadas las lluvias, el paisaje inició el paso del verde de los prados de hierba al marrón de la hierba seca, y del barro de los caminos al polvo, un polvo fino que se filtra por todas partes cuando caminas. Pero también es época de flores, muchas flores. A mí me pareció un otoño primaveral.

Los ríos disminuían mucho su caudal. Los saltos de agua adelgazaban día a día. A finales de noviembre se empezaron a helar. El invierno llamaba a la puerta. Los guías y escaladores lo esperaban porque es cuando la temporada de trekkings y expediciones se acaba y las escuelas de escalada comienzan las prácticas en hielo. No necesitan ir muy lejos de casa.      

El otoño, para la gente del país, es el tiempo de ganar dinero, Para los turistas es la mejor época del año ya que el tiempo se estabiliza y los días son soleados. Aunque las noches vayan siendo más frías, si hace sol, de día puede hacer calor. A mucha gente la ves caminando en manga corta, a primeros de diciembre.

Diciembre también es el tiempo de recoger hojas secas en el bosque para hacer abono, y de cortar leña. A medida que los caminos se vaciaban de turistas fui viendo cómo se llenaban de gente del país cargados de leña hasta arriba. Es momento de prepararse para el invierno que está a punto de llegar.

Invierno

Aunque todavía faltaba una semana para el invierno astronómico, yo ya tuve una pequeña muestra bajando de Namche hacia Kharikhola, de camino a casa para pasar la Navidad. Al día siguiente de haber dejado Namche, el cielo se oscureció, la niebla bajó y la nieve cayó con fuerza hasta cotas bajas. Namche quedó bajo una capa de 50 cm de nieve.   

La nieve también cubrió un tramo del camino hacia Kharikhola. Con mi amigo Pasang, comprobamos los efectos de la nieve, sobre todo cuando no pasa de un palmo de espesor, al mezclarse con el polvo de los caminos y los excrementos de los cientos de mulas que transitan por ellos. Se forma una especie de barro que resbala más que si fuera grasa. Mantener el equilibrio, incluso con la ayuda de los bastones, es todo un reto. El tercer día de bajada llegamos al lodge donde pasamos la noche, hechos un asco. Tuvimos que lavar guantes, pantalones, calcetines y botas. Gracias a la estufa del lodge, al día siguiente pudimos continuar limpios y secos.

Aunque no fue un invierno de mucha nieve y de mucho frío, a finales de enero a Namche hubo una nevada de más de 1 metro de espesor, que en Thame alcanzó más de 2 metros. Fue un invierno de pequeñas nevadas (10 o 15 cm), muy frecuentes, que, gracias a la fuerte insolación a esas alturas, se fundían rápidamente. Eso sí, allí donde no se fundía enseguida, por la noche se helaba y entonces permanecía muchos días.   

Este invierno, en Namche, la temperatura mínima «sólo» fue de -9,9 ºC. Lo más habitual es que la temperatura mínima baje hasta -20 ºC. Sin embargo, una vez allí, pude comprobar el efecto menos visible pero que más afecta a la vida diaria, las tuberías de agua heladas. Buena parte de las casas y lodges por encima de los 3.000 metros de altura, se quedan dos o tres meses sin agua, con las dificultades que ello supone. Todo el mundo tiene que ir a buscar agua con bidones a alguna de las fuentes del pueblo o al río, que en muy pocas ocasiones se congelan. Y cuando ésto ocurre el último recurso es fundir nieve.

Os preguntaréis qué hace la gente en invierno en estas condiciones. Pues, los que pueden bajan en Katmandú donde hacen vida social. Los más afortunados viajan a zonas bajas del país o al extranjero. También es tiempo de bodas. Actualmente la mayoría de las bodas sherpas se celebran en Katmandú. Ésta es la razón por la que durante todo el tiempo que estuve allí arriba no pude ver ninguna.     

Las escuelas están cerradas. Casi no hay turistas. Lodges y tiendas también están cerradas. La gente, cuando hace sol se sienta en los rincones soleados, charlan entre ellos y, como son muy curiosos, siempre están dispuestos a dar conversación a cualquier extranjero que pasee por la calle. Ya hacia el final del invierno llega la celebración de su Año Nuevo, la escuela abre, los turistas comienzan a llegar para la temporada de primavera y poco a poco las tiendas y los alojamientos empiezan a abrir. Es como un salir de una hibernación.

Primavera

Este año, a primeros de marzo el gobierno nepalí prohibió todos los vuelos internacionales de entrada a Nepal y el flujo de los turistas, que había comenzado a finales de febrero, se truncó en seco. La primavera turística se esfumó antes de empezar. Hay que tener en cuenta que la primavera es la temporada de las expediciones, el negocio más lucrativo de esta región. Este año no hubo ninguna. Y los pocos extranjeros que estábamos por allí, desaparecimos, como por arte de magia, en pocos días.     

Al margen del turismo, la primavera es la temporada más espléndida del Khumbu. Es el tiempo de las flores, pero también de plantar las patatas que son el principal cultivo de la zona y un alimento básico de su dieta, junto con el arroz y las lentejas.

Por lo que he podido saber, el estallido de la primavera es impresionante por la gran variedad de flores que crecen por todas partes y la floración de los árboles. En especial los rododendros (rhododendron arboreum) que, a diferencia de aquí, en Nepal son árboles muy altos. Su flor rosada es el símbolo de Nepal. En el Khumbu hay bosques de rododendros muy extensos, que viven hasta 4.000 m de altura.

Las fotos «primaverales» que añado a este texto son las que me ha enviado mi amigo Pasang. Confío que, a no mucho tardar, pueda volver allí y disfrutar de la primavera del Khumbu en vivo y en directo, y compartirlo con todos vosotros.      

La última vista del Everest, el primer día de primavera, ya camino de vuelta a casa 

 Ya veis, una experiencia, la mía, que debía tener cuatro estaciones, como las de Vivaldi, y que finalmente ha tenido tres, eso sí, vividas intensamente.